jueves, 26 de febrero de 2015

LA INTERVENCIÓN ANTI-URBANA

A día de hoy, el sentido del hecho urbano es responsabilidad de los desaciertos y contradicciones de todos los agentes urbanos. Como agentes urbanos se puede mencionar tanto a los residentes del lugar como a los observadores externos.
La “nueva identidad” de las ciudades ha ido conformándose conforme a su imagen externa, por ejemplo, en el significado «Venecia» tiene tanta importancia la autorrepresentación de los venecianos como su percepción y concepto visible desde otro punto de vista exterior a sus habitantes.

Los nuevos proyectos urbanos centralizan su proceso a un reducido grupo de agentes, que han ido transformando la intervención urbana hasta conseguir alterar el concepto de ciudad debido al cambio en la relación con el sistema económico.

«El hecho urbano ya no es sólo el espacio en el cual concurren los distintos actores sociales para materializar su vida de relación y constituir una comunidad. Ya no es el mero contenedor y símbolo del intercambio, sino que él mismo es bien intercambiable, y esto altera estructuralmente en el concepto de hábitat». Analizándolo detenidamente, nos damos cuenta de que el hecho urbano se ha convertido en un producto, en mercancía que está completamente vinculada al capital como agente urbano principal.
Esta nueva condición tiene incidencia directa sobre la vida cotidiana de una ciudad y su desarrollo: «El capital modela la ciudad de acuerdo a las curvas de los índices de interés». Intereses paisajísticos o patrimoniales, se vuelven puntos de referencia para grandes inversiones en creación de nuevos focos de interés comercial, y por tanto hechos como la peatonalización de las calles, que a priori aparece argumentado como un freno al automóvil, tiene detrás la disposición de facilitar el flujo de personas, beneficioso a nivel comercial.

Éstas nuevas acciones consiguen un aumento en los precios de los potenciales puntos de venta, resultando la expulsión de los comercios originales (pequeño proveedores del mercado de barrio) sustituidos por grandes cadenas. En resumidas cuentas: se ha reemplazado un barrio de residentes, que había creado orgánicamente un hábitat adaptado a su cultura por una nueva zona de flujo comercial.
Consecuencia de todo lo descrito, concretamos que la gran mayoría de las intervenciones urbanas actuales se pueden considerar como nocivas y urbanamente superfluas.

No existe proyecto urbano sin agente económico concreto, quién definirá el programa. Por otro lado, la identidad urbana requiere de agentes urbanos que actúen sobre él, pero una intervención favorable solo es posible a nivel de aquellos que obran sobre el hábitat desde una determinada cultura, aunque después de lo anteriormente expuesto se podría llegar a considerar que esta clase de intervención es prácticamente utópica, porque parece imposible obrar a favor de la cultura urbana sin enfrentarse al poder.

Para apreciar el nivel de factibilidad de ambas modalidades de actuación, se teoriza sobre dos formas diferentes de intervención urbana:
-          Creación de una nueva planta articulada en torno a una actividad troncal, que obre como tema de referencia para el sistema de nuevos comportamientos, consumos y estilos de vida.
-          Creación de un área de nueva planta que potencia la evolución socioeconómica y cultural de la ciudad y su identidad histórica, respetando los valores y modelos de integración social y los sistemas de actividades de usos y costumbres vigentes y completándolos con aquellos servicios resuelvan las necesidades insatisfechas de la zona y/o de la ciudad.

En el primero observamos acciones lideradas por el “marketing urbano”, materializando el avance del capital financiero, y planteando escasos desafíos al arquitecto.

El segundo responde a un enfoque puramente urbano, reconociendo la existencia de una realidad sociocultural, la ciudad, un organismo vivo que tiene como objetivo preservar su salud y desarrollo.

Evidentemente, la factibilidad de la segunda forma de intervención urbana requiere modelos políticos diferentes a los vinculados con la primera premisa, por lo tanto, falto de ésas condiciones alternativas, es prácticamente imposible el desarrollo de la segunda hipótesis sin que sea meramente un proceso encubridor.

Hipótesis aparte, en cuanto a la figura del arquitecto se refiere, lo verdaderamente importante acerca de toda reflexión sobre los contenidos de una intervención es comenzar por el esclarecimiento de sus orígenes. Es necesario hacerse preguntas del tipo: ésta intervención ¿es terapia o agresión?, ¿consiste en ayudar a la ciudad a que sea lo que es o en doblegarla la voluntad del que interviene?
La existencia de una situación crítica en la trama urbana sería una buena respuesta a la pregunta del origen de una intervención urbanamente válida, donde la ciudad se vería favorecida por esa actuación.

Pero llegados a éste punto surge una nueva cuestión: ¿es posible hablar en realidad de algo que podamos denominar «la ciudad como un todo» e intervenir considerando esa totalidad?, ¿es posible una interpretación totalizadora de lo urbano y su proceso de cambio? Una acción profesional con intereses globales se enfrenta a un desafío que requiere un desarrollo cultural extraordinario, ya que uno de los síntomas de la crisis cultural es la pérdida de universalidad de la producción, es decir, que la cultura llegue a todo el mundo en todas partes. La arquitectura es uno de los ámbitos que ha caído más estrepitosamente en ella.

A pesar de la crisis, encontrarle respuesta válida a las cuestiones planteadas anteriormente contribuye a avanzar hacia delante en el proceso de mejorar y avanzar hacia la heterogeneidad social y cultural que el hecho urbano requiere.
La totalización del hecho urbano no es fruto de la sumatoria de racionalidades, sino de la integración de todos los planos de la experiencia habitacional, en los que la razón solo es una: dar expresión a una experiencia, la de habitar. Para ésta manifestación se requiere un sujeto de alta sensibilidad e inmunizado contra las desviaciones profesionales y debilidades de un sector, algo que, hoy en día, los arquitectos no están capacitados de hacer.

A lo largo de éstos últimos años, la profesión del arquitecto ha ido abandonando su vocación e idoneidad interpretativa del contexto urbano, suplantándola por un mero ejercicio de estilización de programas aislados. Muchas decisiones sobre el contexto urbano son tomadas y proyectadas en niveles no oportunos u ocasiones inadecuadas.  Desde éste punto de vista, el arquitecto postmoderno o «postarquitecto», es el brazo ejecutor del proyecto de desurbanización implícito en el modelo de la sociedad de consumo.



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