A día de hoy,
el sentido del hecho urbano es responsabilidad de los desaciertos y
contradicciones de todos los agentes urbanos. Como agentes urbanos se puede
mencionar tanto a los residentes del lugar como a los observadores externos.
La “nueva identidad”
de las ciudades ha ido conformándose conforme a su imagen externa, por ejemplo,
en el significado «Venecia» tiene tanta importancia la autorrepresentación de
los venecianos como su percepción y concepto visible desde otro punto de vista
exterior a sus habitantes.
Los nuevos
proyectos urbanos centralizan su proceso a un reducido grupo de agentes, que
han ido transformando la intervención urbana hasta conseguir alterar el
concepto de ciudad debido al cambio en la relación con el sistema económico.
«El hecho
urbano ya no es sólo el espacio en el cual concurren los distintos actores
sociales para materializar su vida de relación y constituir una comunidad. Ya
no es el mero contenedor y símbolo del intercambio, sino que él mismo es bien
intercambiable, y esto altera estructuralmente en el concepto de hábitat». Analizándolo
detenidamente, nos damos cuenta de que el hecho urbano se ha convertido en un
producto, en mercancía que está completamente vinculada al capital como agente
urbano principal.
Esta nueva
condición tiene incidencia directa sobre la vida cotidiana de una ciudad y su
desarrollo: «El capital modela la ciudad de acuerdo a las curvas de los índices
de interés». Intereses paisajísticos o patrimoniales, se vuelven puntos de
referencia para grandes inversiones en creación de nuevos focos de interés
comercial, y por tanto hechos como la peatonalización de las calles, que a priori aparece argumentado como un
freno al automóvil, tiene detrás la disposición de facilitar el flujo de personas,
beneficioso a nivel comercial.
Éstas nuevas
acciones consiguen un aumento en los precios de los potenciales puntos de
venta, resultando la expulsión de los comercios originales (pequeño proveedores
del mercado de barrio) sustituidos por grandes cadenas. En resumidas cuentas:
se ha reemplazado un barrio de residentes, que había creado orgánicamente un
hábitat adaptado a su cultura por una nueva zona de flujo comercial.
Consecuencia
de todo lo descrito, concretamos que la gran mayoría de las intervenciones urbanas actuales se
pueden considerar como nocivas y
urbanamente superfluas.
No existe proyecto
urbano sin agente económico concreto, quién definirá el programa. Por otro
lado, la identidad urbana requiere de agentes urbanos que actúen sobre él, pero
una intervención favorable solo es posible a nivel de aquellos que obran sobre
el hábitat desde una determinada cultura, aunque después de lo anteriormente
expuesto se podría llegar a considerar que esta clase de intervención es
prácticamente utópica, porque parece imposible obrar a favor de la cultura
urbana sin enfrentarse al poder.
Para apreciar
el nivel de factibilidad de ambas modalidades de actuación, se teoriza sobre
dos formas diferentes de intervención urbana:
-
Creación de una nueva planta articulada en torno a
una actividad troncal, que obre como tema de referencia para el sistema de
nuevos comportamientos, consumos y estilos de vida.
-
Creación de un área de nueva planta que potencia la
evolución socioeconómica y cultural de la ciudad y su identidad histórica,
respetando los valores y modelos de integración social y los sistemas de
actividades de usos y costumbres vigentes y completándolos con aquellos
servicios resuelvan las necesidades insatisfechas de la zona y/o de la ciudad.
En el primero
observamos acciones lideradas por el “marketing urbano”, materializando el
avance del capital financiero, y planteando escasos desafíos al arquitecto.
El segundo
responde a un enfoque puramente urbano, reconociendo la existencia de una
realidad sociocultural, la ciudad,
un organismo vivo que tiene como objetivo preservar su salud y desarrollo.
Evidentemente,
la factibilidad de la segunda forma de intervención urbana requiere modelos
políticos diferentes a los vinculados con la primera premisa, por lo tanto,
falto de ésas condiciones alternativas, es prácticamente imposible el
desarrollo de la segunda hipótesis sin que sea meramente un proceso encubridor.
Hipótesis
aparte, en cuanto a la figura del arquitecto se refiere, lo verdaderamente
importante acerca de toda reflexión sobre los contenidos de una intervención es
comenzar por el esclarecimiento de sus orígenes. Es necesario hacerse preguntas
del tipo: ésta intervención ¿es terapia o agresión?, ¿consiste en ayudar a la
ciudad a que sea lo que es o en doblegarla la voluntad del que interviene?
La existencia
de una situación crítica en la trama urbana sería una buena respuesta a la
pregunta del origen de una intervención urbanamente válida, donde la ciudad se
vería favorecida por esa actuación.
Pero llegados
a éste punto surge una nueva cuestión: ¿es posible hablar en realidad de algo
que podamos denominar «la ciudad como un todo» e intervenir considerando esa totalidad?,
¿es posible una interpretación totalizadora de lo urbano y su proceso de cambio?
Una acción profesional con intereses globales se enfrenta a un desafío que
requiere un desarrollo cultural extraordinario, ya que uno de los síntomas de
la crisis cultural es la pérdida de universalidad de la producción, es decir,
que la cultura llegue a todo el mundo en todas partes. La arquitectura es uno
de los ámbitos que ha caído más estrepitosamente en ella.
A pesar de la
crisis, encontrarle respuesta válida a las cuestiones planteadas anteriormente
contribuye a avanzar hacia delante en el proceso de mejorar y avanzar hacia la
heterogeneidad social y cultural que el hecho urbano requiere.
La
totalización del hecho urbano no es fruto de la sumatoria de racionalidades,
sino de la integración de todos los planos de la experiencia habitacional, en
los que la razón solo es una: dar expresión a una experiencia, la de habitar. Para
ésta manifestación se requiere un sujeto de alta sensibilidad e inmunizado
contra las desviaciones profesionales y debilidades de un sector, algo que, hoy
en día, los arquitectos no están capacitados de hacer.
A lo largo de
éstos últimos años, la profesión del arquitecto ha ido abandonando su vocación
e idoneidad interpretativa del contexto urbano, suplantándola por un mero
ejercicio de estilización de programas aislados. Muchas decisiones sobre el
contexto urbano son tomadas y proyectadas en niveles no oportunos u ocasiones
inadecuadas. Desde éste punto de vista, el arquitecto postmoderno o «postarquitecto»,
es el brazo ejecutor del proyecto de
desurbanización implícito en el modelo de la sociedad de consumo.
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