La sostenibilidad entendida como base para una buena arquitectura adquirirá un carácter y definición distinta según su contexto y momento histórico. Me gustaría dejar de lado aquellos elementos o aparatos que permiten acercar la sostenibilidad a lo medioambiental y que teniendo su debida importancia, no resultan más que un vestido para la arquitectura. Sin embargo podríamos considerar la sostenibilidad social como un valor eterno y duradero que se refiere al alma de cualquier arquitectura: las relaciones de los seres que la habitan. Para ello me remito al concepto de condensador social.
La
sociedad comunista que acoge a Moisei
Ginzburg le obliga a pensar en un tipo de vivienda colectiva donde las
condiciones de vida del obrero se ven deterioradas por una falta de espacio que
se traduce en una excesiva cesión de intimidad. El planteamiento del arquitecto
es en este caso una dignificación de ese espacio íntimo y único que por su
estrecha dimensión es indivisible. Será más adelante Perec quién ratifique esta
postura cuando nos habla de la cama como “espacio individual por excelencia, el
espacio elemental del cuerpo”.
La
garantía de un espacio íntimo se traduce en un una cesión de parte de tu
espacio privado a la vida pública. Así actividades que antes eran propias de la
vida se trasladan a cocinas, lavanderías o guarderías comunes. Se crea un
vínculo entre los miembros de la comunidad que reafirma el concepto de vivienda
colectiva. Su traducción formal es el edificio de viviendas Narkomfin
construido entre 1928 y 1932 por Moisei Ginzburg e Ignaty Milinis, que mediante
calles interiores y dobles alturas consigue incorporar las células mínimas de
vivienda en bloque y conectarlas con un volumen anexo que guarda los servicios
comunes.
Será
Le Corbusier quién en 1946 incorpore este concepto a la “Unité d´habitation”
concebida como un crucero donde la comunidad se convierte en ciudad, una serie
de servicios comunes se agrupan en tres niveles. La cubierta se convierte en el
espacio público por excelencia. Este concepto de comunidad cerrada y de bloque
aislado que para Le Corbusier constituía un modelo ideal podría resultar
socialmente sostenible siempre y cuando la heterogeneidad de sus individuos sea
una premisa, es decir, una pequeña muestra de la ciudad en su totalidad. La
realidad es otra, el valor del suelo es muy diferente, y una sociedad basada en
el capitalismo tiende a sectorizar clases sociales. Ejemplos como las 3000
viviendas nos muestran un modelo de vida urbana que acoge una comunidad
incompatible con su contexto próximo. El resultado es una comunidad exenta, una
ciudad en la ciudad a la que no quiere pertenecer.
Estos
ejemplos, con más o menos éxito se han pensado desde el individuo, un número
limitado de persona que ceden parte de su espacio privado a la comunidad.
Cuando a este flujo de relaciones se le une un flujo económico y de intereses
privados surge un nuevo concepto, el híbrido.
El valor del suelo en la sociedad capitalista tiende a la densificación, a la
construcción vertical que Hilberseimer propone en sus modelos de ciudad. Una
sectorización de usos que aúna intereses de distintos promotores provocando relaciones
entre desconocidos. Un ejemplo de ello es la estación de tren de New York
cuando en 1913, se propone la adición de un hotel, uso que económicamente
supone una compatibilidad total con el tránsito continuo de pasajeros. Sin
embargo, cuando intervienen otros usos, los recorridos y tránsitos pueden
presentar incompatibilidades, sobre todo en uso vivienda que es el más
delicado.
Un
ejemplo de esto puede ser la Torre Velasco en Milán, que en sus niveles
inferiores acoge el uso oficinas y comercio, mientras sus plantas superiores se reservan para viviendas. La
convivencia de estos dos usos debe ser tratada con independencia y la
sostenibilidad social reside en este caso en que ambos agentes no se
intersequen. La hibridación aunque producto de la economía, fortalece la vida
en la ciudad permitiendo que por ejemplo, una manzana de oficinas con unas
horas de actividad, reciba otros usos que incrementen los flujos en la zona.
Desde
el punto de vista de una ciudad contemporánea creo que una arquitectura que
borre los límites entre los términos explicados podría producir una sociedad
donde distintas comunidades interactúen. Comunidades caracterizadas por la
densidad y heterogeneidad, que se intersequen continuamente produciendo
relaciones entre sus distintos habitantes pero respetando su individualidad
como desconocidos.
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